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El dentista, entre la espada y la pared

La situación de la odontología está en caída libre, según el autor: los pacientes quieren sonrisas hermosas a toda costa, las sociedades dentales no defienden sus intereses, las franquicias presionan al profesional independiente y la industria ofrece directamente al consumidor productos clínicos como alineadores dentales. Fotos: Freepik

mié. 27 noviembre 2024

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David Suárez Quintanilla, ex presidente de la Sociedad Europea de Ortodoncia, reflexiona en este artículo sobre la difícil situación que enfrentan los profesionales de la salud dental, atrapados entre las exigencias de los pacientes-clientes y las presiones de las empresas que venden dispositivos directamente al consumidor, interfiriendo así directamente en las decisiones clínicas del odontólogo.

El problema de nuestra sociedad no es la falta de pensamiento crítico, sino la falta de lo que Sócrates llamaba una vida pensada, que es la única clase de vida que merece la pena vivir.

En el caso específico de los odontólogos, es difícil poder vivir una vida pensada, ya que estamos sometidos constantemente a la presión de la consulta, donde debemos tratar de solucionar los problemas dentales de nuestros pacientes mientras nos desenvolvemos en un campo de trabajo muy reducido como es la boca, en el cual tenemos que ajustar la agenda y las citas, supervisar el trabajo de nuestros colaboradores y atender las demandas de nuestros empleados.

Después de 10 horas de estresante trabajo diario, estamos agotados. Y el fin de semana lo dedicamos a descansar, a la familia y a nuestros hobbies. ¿Estudiar, leer? No podemos, ni queremos. El cansancio, el aislamiento y la consecuente falta de perspectiva que ello conlleva no favorecen un pensamiento crítico entre nosotros.

El dentista está atrapado entre clientes que exigen una estética exprés y empresas dentales que intentan dirigir sus decisiones clínicas.

Hace casi cincuenta años del famoso artículo publicado en la revista Newsweek, “El culto a la Ignorancia”, del divulgador cultural y novelista Isaac Asimov, figura admirada en mi adolescencia por su actitud visionaria y por darnos una introducción a la cultura clásica, simplificada y en pequeños sorbos (los Egipcios, los Griegos, los Romanos, Historia y cronología del Mundo). En el citado artículo, el escritor se quejaba de la ola de antiintelectualismo que recorría el mundo, y del error de confundir la democrática igualdad de oportunidades con una igualdad sinsentido.

Poco podría sospechar mi querido Asimov la desastrosa evolución de su observación, apoyada en la sociedad actual por tres elementos: el falso igualitarismo promovido por redes sociales de acceso abierto y sin filtros (TikTok, Instagram, Facebook, etc.), los nuevos gobiernos populistas, perfectamente descritos por maestros como Aldous Huxley o George Orwell, y el verdadero núcleo del problema: la toma de decisiones erróneas de nuestra mente basadas en estereotipos como el efecto Dunning-Kruguer (ver mi artículo sobre este interesante sesgo psicológico), que permite algo increíble: hacer creer al que no sabe, que sí sabe.

Esta ignorancia, que infiltra prácticamente todas las capas sociales, no es percibida por la mayoría por estar inmersa en ella, como en el ejemplo de los dos pececillos jóvenes que van aleteando alegremente y se encuentran con un pez ya anciano que les hace notar lo rica que estaba hoy el agua, a lo que los jóvenes pececillos responden “¿qué es eso del agua?”

 

Lo que está en juego es la calidad de vida del profesional de la odontología, que ama su profesión pero tiene que enfrentarse cada vez más a una mayor cantidad de obstáculos, injerencias y competencia desleal.

 

Vivimos en una sociedad en que los Estados —no solo los gobiernos de turno—, tratan de homogenizar todo, pero sin tocar nunca dos estamentos: el club de los más ricos y la clase política, sean del signo que sean. La ola de infelicidad que recorre el mundo juvenil y la multiplicación exponencial (600%) de los desórdenes mentales y los intentos de suicidios entre adolescentes son en gran medida resultado de ello.

Pensar críticamente, es decir, tratar de descubrir la verdad, ante lo que se afirma o se nos cuenta, exige conocimiento, exige haber amueblado bien la mente con la lectura de los grandes pensadores de la humanidad y un manejo de la lógica de la inducción y la deducción.

Los tres pilares que rigen nuestra vida, y que nos dan verdadero valor como seres humanos son: la educación recibida en la familia y la escuela, el ambiente en el que hemos crecido, y las experiencias y conocimientos que han nutrido nuestra mente.

El marco de referencia de un hijo de padres funcionarios y maestros suele ser diametralmente opuesto al de otro cuyos padres son empresarios y emprendedores. No haber salido de tu localidad o, por el contrario, haber viajado por medio mundo, crea dos tipos distintos de marco de referencia y condiciona el tamaño de nuestro mundo mental y de nuestra relación con él. Nuestro mundo se circunscribe a lo que conocemos y no nos preocupa lo que desconocemos, porque ignoramos que exista, y esto, en cierto modo, entronca con la felicidad, porque no deseamos lo que no conocemos.

Este pequeño trabalenguas es, a mi modo de ver, una de las grandes causas de infelicidad en la sociedad actual: la gente, vía redes sociales, empieza a conocer cosas que de otra manera nunca hubiera conocido y, por tanto, deseado; la frustración de no poder acceder a lo deseado, a ese otro mundo, con una realidad o apariencia de nivel socioeconómico superior, es el gusano que carcome a muchos y los sumerge primero en la frustración y después en la apatía y el nihilismo.

No soy un conspiranoico, pero sí creo que los poderes fácticos y las grandes empresas o fondos de inversión que mueven el mundo están preocupados por un dato incontestablemente injusto: el 1% de la población mundial acumula el 95% de los recursos.

En la antigüedad, las religiones organizadas y las dictaduras sometían a ese 99% de la población sin mucho problema; hoy, los fines no han cambiado tanto, pero sí los medios para que todo siga igual: la trampa actual es el espejismo de libertad que nos ofrece el placer compulsivo del hiperconsumo.

El engaño global al que nos tiene sometidos el Estado es una extraña mezcla de comunismo estalinista descafeinado (cultura de la cancelación) y capitalismo para sus dirigentes (a base de subvenciones, sueldos, prebendas y puertas giratorias).

El dentista no es ajeno a toda esta situación. De hecho, está atrapado por un lado entre pacientes que son cada vez más clientes, y, por otro, por empresas dentales multimillonarias que tratan de dirigir las decisiones del consumidor y las del profesional de la odontología.

Los dirigentes de la profesión no han sabido, podido o querido frenar el aumento desmedido de la creciente población de odontólogos, la irrupción de miles de facultades privadas, ni la expansión sin freno de cadenas de clínicas comerciales, más interesadas en resultados económicos que en la salud del paciente.

Las juntas directivas de varias sociedades nacionales, supuestamente científicas, ensalzan y remarcan supuestos beneficios de terapéuticas que no solo no previenen la enfermedad, sino que la provocan y empeoran.  

El resultado es que abundan los sobretratamientos, la guerra de precios y la discriminación de los pacientes según su estatus socioeconómico.

Respecto a las competencias de la profesión dental, los pocos que se esfuerzan en desarrollar una actividad de formación continuada, lo hacen mediante cursos con un marcado sesgo comercial, patrocinados siempre por empresas dentales.

En España, los ortodoncistas no podemos —¡nos está prohibido!—, dar al botón de la impresora 3D de nuestros alineadores. Son los técnicos de laboratorio los únicos autorizados a hacerlo, utilizando para ello nuestro diagnóstico radiológico, de TAC y CBCT, sea de alineadores, microimplantes o cirugía ortognática.

El resultado de todo esto es que abundan los sobretratamientos (consecuencia directa de la plétora profesional y las rebajas de las tarifas dentales), el regateo y la guerra de precios, el uso indiscriminado de materiales low-cost de dudosa procedencia, la falta de rigor y la estratificación socioeconómica de los pacientes.

Esta situación me preocupa, personal y profesionalmente, especialmente porque no se ve una solución que pueda cambiar el triste estado en que se encuentra sumida la Odontología. Y porque, lo que es más triste aún, a nadie parece importarle.

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El Profesor y Doctor David Suárez Quintanilla es catedrático de Ortodoncia de la Universidad de Santiago de Compostela, expresidente de la European Orthodontic Society y ex vicepresidente para Ortodoncia de la International Association for Dental Research. Vea sus cursos online sobre Microimplantes y Ortodoncia básica.

 

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