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El Profesor David Suárez Quintanilla aborda en este artículo los retos que plantea la formación en la Ortodoncia, el primero de los cuales requiere seleccionar una entidad universitaria que ofrezca al alumno el conocimiento conceptual y las técnicas que lo convierta en un clínico exitoso. Según el Dr. Suárez Quintanilla, para conocer el complejo dentofacial del paciente y poder llegar a ser un buen profesional en una especialidad que mejora la calidad de vida de miles de personas, es necesario realizar un curso intensivo de por lo menos 2000 horas clínicas.
Llevo más de treinta años como docente de Ortodoncia en la Universidad de Santiago de Compostela y cuando se acerca el fin de cada año académico no son pocos los alumnos, padres de alumnos o compañeros que me preguntan sobre cómo seguir su formación en nuestra especialidad con el objetivo de llegar a ser un buen clínico. Mi edad y experiencia me obligan a ser sincero a la hora de ofrecer las siguientes reflexiones.
En España, las cosas estarán más claras cuando se apruebe la especialización oficial en Ortodoncia, ya que tenemos el triste récord de ser el único país de la Unión Europea sin su reconocimiento. Como mero espectador, veo sencillo la aprobación de la especialidad, pero es harina de otro costal su puesta en marcha, porque muchos catedráticos y titulares del Ministerio de Educación y Universidades nos vamos a negar a que se apruebe la especialidad a quienes no han cumplido tres años de dedicación full-time (más de 2000 horas) en sus estudios universitarios de Master y sugeriremos que la matrícula por año no supere, como en nuestra universidad, los 6.000 euros, apartando el negocio actual de los másteres de la especialidad oficial. Supongo que el Ministerio entenderá las demandas de aquellos que no pueden pagar las cifras astronómicas de algunos másteres de universidades privadas. La imposibilidad de ser especialista con carácter retroactivo va a ser un verdadero shock para muchos. Me atrevo a decir que el 90% de los actuales afiliados a SEDO o AESOR no van a poder alcanzar dicha titulación y que su formación y el propio ejercicio de la ortodoncia se verán cuestionada cuando los primeros especialistas pongan su título oficial en la placa de su clínica. Sea como sea, la puesta en marcha de la especialidad supondrá el fin del negocio de los másteres.
Hay dos tipos de profesores, los que cobran por enseñar y los que enseñan para cobrar. Esta es la primera gran división de los docentes: los que por su vocación y aptitudes, disfrutan con el enriquecimiento vital y mutuo de la interacción recíproca de docente y discentes, y los que no; los cinco alumnos que seleccionamos cada año en la USC para convivir y compartir más de 2500 horas a lo largo de tres años, se encuentran en una fase clave de su vida: la que une el grado con su actividad profesional, el paso de la pubertad tardía, más mental que física, a la asunción de las responsabilidades del adulto. Es una etapa donde tenemos gran ascendencia sobre su formación integral, y no me refiero solo a los conocimientos de ortodoncia.
La verdadera docencia se proyecta a la eternidad porque nunca se sabe dónde acabará su influencia, tratando de transmitir al alumno mucho más que los conocimientos que se pueden aprender en los libros o YouTube, buscando crear una motivación especial hacia una determinada disciplina con pensamiento crítico. El principal objetivo de enseñar es despertar al alumno la chispa de la Ortodoncia y darle las herramientas intelectuales para el manejo clínico a lo largo de toda su vida, modificando su marco de referencia profesional, enseñando más modos y maneras de ser. Los otros profesores, que desgraciadamente son hoy legión, son los que sin vocación, actitud ni aptitud enseñan una ortodoncia tediosa y alejada de la clínica con el único fin de asegurarse un sustento.
En mi decálogo de los mandamientos del diagnóstico y tratamiento del paciente disfuncional, si no has entendido la ATM es porque el profesor que te la explicó tampoco la entendía.
Me da mucha pena cuando los alumnos, después de años de haber gastado tiempo, fines de semana y dinero no saben qué hacer en un caso clínico porque el resultado de su formación es una ensalada de técnicas, muchas de ellas contrapuestas en sus objetivos y filosofías terapéuticas. Es cierto, al menos en Ortodoncia, que los alumnos se empiezan a dar cuenta de la estafa solo muchos años después de haber finalizada su formación en el sitio equivocado y con los profesores inadecuados. Por eso es tan importante saber dónde y con quién te vas a formar y si la filosofía de los docentes está basada en la lógica y la ciencia o en la pseudociencia y los disparates. Por ejemplo, en mi decálogo de los mandamientos del diagnóstico y tratamiento del paciente disfuncional (dolor-disfunción) digo que, si no has entendido la ATM, no te preocupes, es porque el profesor que te la explicó, tampoco la entendía.
Ser dentista es una profesión y ser docente es otra y no se puede inferir, como hacen la mayoría de los centros privados de formación, que el ser un profesional, incluso un buen profesional, lleva implícito el ser profesor. Mi admirado Martín Heidegger ya apuntaba esta diferencia: el buen profesor, ya no digamos el maestro, ha de ser un profesional del “hacerse entender para aprender”, su misión no es solo enseñar, sino que debe explorar y crear los mecanismos para que el alumno aprenda, a través de esquemas originales, ejemplos, metáforas y constructos. Todos conocemos a excepcionales clínicos con nula capacidad para la comunicación y la enseñanza, y zoquetes clínicos que sin haber leído un solo libro o artículo, disfrutan con un micrófono en la mano más que un niño con un caramelo, diciendo una tontería tras otra, que los alumnos (¡que pagan!) creen a pie juntillas, pero acabarán pagando en sus clínicas.
El dentista debe complementar la formación recibida en grado con cursos de formación continuada, pero en el caso de ortodoncia es mucho más complicado por la amplitud del objeto de estudio, el complejo dentofacial del paciente, el crecimiento diacrónico de los maxilares y la cara y, hoy, las miles de técnicas y procedimientos analógicos o digitales que utilizamos en nuestro tratamiento.
En mi opinión, si uno quiere dedicarse de verdad a la Ortodoncia, y no vivir toda su vida con una mezcla de angustia, incertidumbre e impotencia al inicio de cada tratamiento, se debe saber que una mínima formación conceptual y clínica ha de arrancar en un curso intensivo de al menos 2.000 horas clínicas repartidas en dos años y medio; el resto es jugar a ser ortodoncista o convertirse en un punto más de venta de alineadores bajo el dudoso paraguas de sus planificadores. He visto formarse y trabajar a cientos de alumnos y a las pruebas me remito.
Mi objetivo ya no es, como antaño, formar alumnos, en el máster de la Universidad de Santiago de Compostela, competentes para ejercer la ortodoncia corriente, sino dotarlos de los procedimientos y las armas que los conviertan en exitosos clínicos. Y un clínico exitoso es el que tiene muchos pacientes contentos con los resultados y cuya clínica sigue una trayectoria ascendente, lo que le permitirá tener los recursos suficientes para llevar una vida digna en correspondencia con sus horas de trabajo semanal, su aptitud, formación y esfuerzo, alejándose del riesgo de enterrarse en una clínica low-cost de tarifas y materiales. Que cada uno de mis alumnos, y todos los días de su vida, agradezca en el fondo de su corazón el haberse dedicado a la Ortodoncia de verdad, con mayúsculas, y que entienda que su profesión, en palabras del gran genio que fue RM Ricketts, aunque no parezca a simple vista tan importante, cumple una misión fundamental para la calidad de vida de muchos seres humanos, en especial de aquellos con las maloclusiones o problemas funcionales más graves.
La primera decisión, por tanto, es clara: lograr una formación intensa en contenidos y extensa en el tiempo. Es cierto que muchos postgraduados no pueden permitirse, por su economía familiar, un curso full-time no compatible con el ejercicio profesional, pero mi consejo es claro: no se engañen, nadie regala nada y el inscribirse en centros privados de formación de fin de semana, o de una semana al mes, o de bajo coste de matrícula es engañarse a uno mismo. ¡No perder el tiempo, el dinero o lo más importante, el disfrutar el fin de semana con la familia! Exceptuando en la universidad estatal, donde a los profesores se le exige una titulación avalada por las oposiciones y el correspondiente Ministerio de Educación, y se les asigna un sueldo, más o menos digno, los centros privados, cuyo fin es el lucro, van a tener una mayor o menor calidad de profesorado de acuerdo a la matrícula, el número de alumnos y la ambición de los propietarios; si el precio de tu matrícula es bajo, porque es la que puedes pagar, recibirás una formación en consonancia con ella, con el riesgo de tener profesores que hacen del enseñar para cobrar su leitmotiv y cuyo sueldo ayuda a completar lo que con su ejercicio privado no alcanzan.
La Ortodoncia cumple una misión fundamental que mejora sustancialmente la calidad de vida de muchos seres humanos.
Mi consejo es muy claro en este sentido: es mejor dedicarse a trabajar como dentista general dos o tres años y, después, con lo ahorrado, hacer un máster serio y riguroso de dedicación full-time en Ortodoncia. Este enfoque, además, previene un grave problema de aquellos ortodoncistas que se meten de cabeza en la especialidad una vez finalizado el grado: la falta de práctica en odontología general, el desconocimiento de cómo abordar y tratar los problemas odontológicos más básicos, el caso de muchos que no saben ni anestesiar, ni hacer una extracción ni colocar un microimpante y, menos aún, un MARPE.
Las cosas aún se complican más por la falta de criterios uniformes y de protocolos clínicos. Envidio a las especialidades de la odontología con criterios comunes (todos los endodoncistas están de acuerdo en: limpiar, rellenar lo más posible los conductos con un material inerte y biocompatible y garantizar la no invasión del espacio periodontal) o con comités de expertos y excelentes publicaciones (periodoncia, cirugía, medicina oral).
Lamentablemente, en Ortodoncia existe una gran disparidad de criterios y la terapéutica basada en la evidencia o pruebas científicas brilla por su ausencia. Un botón de muestra demoledor es el tratamiento de una de las maloclusiones más frecuentes en nuestro medio: la Clase II de origen mandibular. Según la “escuela” o la “técnica” que uno haya aprendido, se puede encontrar enfoques totalmente contrapuestos ante un mismo caso: uso y abuso de los elásticos de Clase II, sin ningún criterio científico, extracciones de cuatro premolares, extracciones de dos premolares, uso de distaladores y/o microimplantes de toda marca y condición, intentos de favorecer el crecimiento de esa mandíbula, también sin ningún respaldo científico, con todo tipo de aparatos funcionales o los que se arrugan frente a la impredecibilidad de la ortopedia dentofacial y se arrojan a las manos de la cirugía ortognática. Ya no hablo aquí de los que asocian la maloclusión con la kinesiología, la medicina holístico-astral, la morfología del Atlas y el Esfenoides o el alineamiento de los astros (Júpiter-Saturno-Venus) con la ATM para la mejora de la respiración y crecimiento de los infantes. ¡Menudo panorama más desalentador!
Ahora, imagínese el lector un curso de Ortodoncia de esos de “a saltos”, de un fin de semana cada tanto, donde los distintos profesores aborden el tratamiento de esta frecuente e importante maloclusión —por sus efectos en la permeabilidad de las vías aéreas superiores e incluso en la prevención del Síndrome de Apnea Hipoapnea Obstructiva del Sueño (SAHOS)—, con un enfoque distinto en cada módulo y cada uno contradiciendo al anterior. El caos mental está servido para el sufriente y estafado alumno.
Me niego a aceptar la idea de que “cada maestrillo tiene su librillo”; en endodoncia y bajo los parámetros anteriormente expuestos (que conforman lo que T. Kuhn denominaría el Paradigma LRN: limpiar, rellenar y no invadir el espacio periodontal) cada profesional tiene la libertad de escoger el tipo de técnica a utilizar (condensación lateral, instrumental rotatorio, técnica escalonada, gutapercha caliente), pero sin cuestionar el Paradigma LRN. En Ortodoncia, no hay un paradigma común frente a la Clase II mandibular; es más, hoy en día no tenemos evidencia científica suficiente sobre si podemos o no podemos hacer algo, aparte de la cirugía, para modificar el crecimiento de esa mandíbula.
Un último consejo: si quieres llegar a ser un buen especialista en una de las profesiones sanitarias más bonitas y complejas, si quieres dormir tranquilo con tus casos clínicos, si no quieres tener un permanente cordón umbilical conectado al planificador de turno de tus alineadores, si quieres tener unos registros decentes de tus casos clínicos de antes, mitad y después, y por tanto si quieres sentirte orgulloso de ser ortodoncista, no empieces por engañarte a ti mismo con una formación defectuosa e incompleta y sigue el consejo bíblico de no cementar tu futuro ortodóncico sobre arenas movedizas. Escoge bien tu formación u olvídate de ser ortodoncista y sé un buen dentista general.
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Nota editorial:
El Profesor y Doctor David Suárez Quintanilla es catedrático de Ortodoncia de la Universidad de Santiago de Compostela, expresidente de la European Orthodontic Society y ex vicepresidente para Ortodoncia de la International Association for Dental Research. Vea sus cursos online sobre Microimplantes y Ortodoncia básica.
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